#ElPerúQueQueremos

Limerencia

Publicado: 2015-03-25

Fue una obra rara la que se representó esa noche en el teatro. Ellos estaban ahí, parados uno frente al otro sin poder decir nada, solo se miraban. De vez en cuando sonreían. Otras veces intercambiaban gestos como de agrado, de desagrado, de miedo, de terror. De deseo. Pero no eran capaces de tocarse. Tampoco de decirse algo. Eran como las estatuas callejeras que se encuentran detenidas hasta que algún niño o niña les coloca una moneda en su sombrero, y entonces se empiezan a mover. La pregunta que me asaltaba mientras los observaba, absorto, más allá de mí mismo incluso, era ¿Qué hacía que se muevan de esa forma? ¿Qué motivaba sus miradas, sus gestos, sus sonrisas, su indiferencia. Su silencio cómplice? No habían monedas. No habían espectadores. No había nada en ese universo que ellos habían construido casi de manera perfecta. La iluminación era lo suficientemente precisa sobre sus cuerpos y sus rostros, como para que el escenario aparezca como un gran agujero negro alrededor de ambos, de modo que se entienda, sin dudas ni murmuraciones, que eran solo ellos. El universo construido por el espacio-tiempo eran únicamente ellos. 

- No puede ser que todo esto sea la obra. ¿En qué momento habrá acción?

- Bueno, tal vez la intención del autor sea que cuestionemos un poco nuestras ideas de acción

- No jodas. ¿En serio piensas eso? Esta es la peor obra a la que he ido en mi vida. 

- A mí me está gustando. 

Mi compañera se encontraba decepcionada. Más aun. Se encontraba enojada, aburrida. Si por ella hubiera sido se habría marchado a los 15 minutos. En cambio yo, me encontraba inserto en esa trama que me resultaba sumamente conmovedora. No había texto, no había movimiento. No había escenario. O por lo menos los movimientos eran casi imperceptibles. Pero había pasión. Había emotividad. En sus miradas se expresaba un deseo profundo de querer comerse. Como aquel verso del poeta Girondo:

                                     Se miran, se presienten, se desean,

El segundo acto había comenzado. Aunque el telón bajó y volvió a subir, los actores permanecieron en el mismo lugar, con la misma postura, mirándose fijamente con el mismo deseo e intensidad con que lo hicieron en el primer acto que duró aproximadamente 50 minutos. Por lo menos así fue la sensación que me causó al verlos nuevamente ahí, parados uno frente al otro. De pronto ocurrió. Justo en el momento en que me empezaba a acomodar para sumergirme nuevamente en la trama del silencio y las miradas, ambos dieron un paso hacia adelante y estando más cerca el uno de la otra se dieron un beso. Un beso apasionado. Un beso húmedo. Un beso acompañado de un abrazo, de una caricia de ella en su cabello. Un beso en el que él aprovechó para perderse en su cintura. Un beso que parecía arrinconarlos contra una pared inexistente. El beso fue interminable. Aunque duró no más de un minuto. Luego ella tomó su mano. Y estuvieron mirándose fijamente -de nuevo- aunque esta vez tomados de la mano. Aunque pronto se soltaron y volvieron a sus lugares originales. 

- Eso fue hermoso. Nunca había visto un beso como ese

- ¿Querías acción? Ya tuviste tu buena parte de acción. 

Mi compañera se quedó ensimismada. Se perdió en la representación de los actores. Ella misma parecía haberse trasladado a ese escenario y haberse incorporado en el cuerpo de la actriz. La observaba con detenimiento y no encontraba el punto de retorno a su conciencia. Algo se había transformado en su pequeño ser. 

Al cabo de unos minutos más, las luces del escenario se apagaron. El silencio inundó toda la sala. Pasaron uno o dos minutos y volvieron a encenderse. Los actores estaban allí. Tomados de la mano frente al público. La iluminación recaía nuevamente sobre ellos. El telón se encontraba cerrado en sus espaldas. El público se paró y empezó a aplaudir desaforadamente. Los actores sonrían, se inclinaban, alzaban los brazos en señal de saludo. Se les veía contentos con su representación. De pronto el telón de fondo se abrió, y las luces se encendieron completamente. Detrás de ellos aparecieron los operadores, los asistentes moviendo cosas, acomodando material. Limpiando el escenario. Dos niños ingresaron para jugar y ayudar al mismo tiempo en las labores que los adultos se encontraban haciendo para dejar todo en su sitio. 

Al salir del teatro, mi compañera se encontraba ausente. Caminaba distraída. Como si su mente se hubiera quedado en la función. "¿Estás bien?" - le pregunté- Luego de unos segundos ella me respondió. Me dijo que se sentía bien, aunque algo le había conmovido al ver ese beso. 

- ¿Alguna vez te ha pasado que al ver una imagen, una escena, algo que acontece en otras personas, te hace sentir como si estuvieras viviendo aquello tú, pero sin estar ahí mismo?

- No, la verdad nunca me ha pasado. 

- Eso siento yo ahora. Siento como si ese beso lo hubiera dado yo y no esa actriz. Como si una parte de mí se hubiera quedado empeñada en ese escenario. Solo me vienen recuerdos vagos de ese beso y me estremece. 

- Pero acabamos de salir del teatro. No ha pasado mucho tiempo que has visto esa escena. 

- Limerencia. Así se llama. 








Escrito por

Carlo Mario Velarde

Filósofo, interesado en temas públicos y en la exploración de la subjetividad.


Publicado en

Alondras

Relatos, anécdotas, y cosas sin importancia...